Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1577
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 4 de diciembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 20, 495-498
Tema: Debate sobre la forma de Gobierno

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo dejaría con mucho gusto al señor Marenco, y también al Sr. Mella, que sin duda tienen deseos de usar de la palabra, que la usarán; pero como parece que mi silencio se comenta, no quiero dar lugar a comentarios. Perdone el Sr. Marenco, y perdone también el Sr. Mella, y háganse cargo de la consideración que acabo de exponer.

Yo no sé, Sres. Diputados, qué hacer porque han sido tantas y tan diversas las fases que ha tomado este debate, que verdaderamente no sé por dónde empezar.

Se han tratado aquí muchas cuestiones, todas muy importantes, y yo temo que, si me hago cargo de todas ellas, mis palabras pueden dar lugar a que este debate, que lleva quince días, se prolongue otros quince, y eso ya sería demasiado (aún me parece demasiado el tiempo empleado); por otra parte, como las cuestiones tratadas se han de venir a discutir en los proyectos que el Gobierno tiene presentados y ha de presentar, me parece lo mejor dejar para entonces su discusión, limitándome esta tarde a las cuestiones de última hora y a dar gusto al Sr. Marenco contestando a las reiteradas preguntas que se ha servido dirigirme. Ya desde ayer se han establecido aquí tesis más propias de Ateneos que de Cámaras deliberantes, porque, en verdad los Cuerpos Colegisladores, las Cortes, deben ocuparse en primer término, o casi exclusivamente, en hacer leyes y en fiscalizar los actos del Gobierno, pero la discusión de Encíclicas y de lo que deben ser las formas de gobierno, es más propia de periodos constituyentes y sobre todo de Concilios en lo que se refiere a la Iglesia.

En último caso, quedarían estas cuestiones encomendadas a las Academias; y eso que se han debatido tanto en Ateneos y Academias, que aún me parece que la discusión allí sería fuera de tiempo y lugar. Pero, en fin, después e todo, a esto se me invita, y yo no me niego a ninguna invitación de esta naturaleza, y menos ocupando el sitio que ocupo, pues no estaría bien que me negara a entrar en un debate como éste, aunque lo creyera extemporáneo e inoportuno.

Se ha hecho hoy cargo el Sr. Marenco, y también se hizo ayer el Sr. Mella, de algunas indicaciones expuestas por el Sr. Ministro de Ultramar, pero, como el Congreso sin duda recordará, el Sr. Ministro de Ultramar hablaba de tesis en tesis general y en el terreno abstracto de la ciencia (El Sr. Ojeda: ¿Por qué no se fue al Ateneo?), y desde el momento en que la ciencia admite diversas formas de gobierno dentro de las cuales puede desenvolverse la vida del Estado, y desde el momento en que la forma de gobierno para todos los países y en todos tiempos no pueda ser considerada como esencial en este sentido, claro está que la ciencia no puede determinar qué forma de gobierno sea la mejor; porque si esto se le pregunta a la ciencia, contestará, de acuerdo con la práctica y la experiencia, que la mejor forma de gobierno es aquella que encarna mejor en las costumbres, en la tradición, en la historia, en las desgracias y en las glorias de un país. (Muestras de aprobación en la mayoría.)

El Sr. Conde de CASASOLA: Eso lo dijimos nosotros ayer.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): En este sentido, ¿cuál sería la forma de gobierno mejor para España?

El Sr. SOL Y ORTEGA: Esa es cuestión de debate.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Cuestión de debate, no. La forma de gobierno mejor para España, es la forma actual, es la Monarquía.

El Sr. SOL Y ORTEGA: ¿qué debatimos aquí, señor Presidente del Consejo de Ministros, y qué?

El Sr. PRESIDENTE: Aquí no se debate nada de eso a que quiere aludir el Sr. Sol y Ortega. Aquí lo que importa ahora es dejar hablar a quien está en el uso de la palabra, y después contestar si para ello hay lugar.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo contesto a las preguntas que se me han dirigido. Se ha preguntado cuál era la opinión del Gobierno sobre este punto. Pues la opinión del Gobierno es la de que la Monarquía es la mejor forma de gobierno; más aún, la única forma de gobierno de España, la única posible, y que en ese sentido es esencial la Monarquía. (Muestras de aprobación en la mayoría.)

Me parece que no puedo ser más terminante. Y esa no es opinión mía de ahora; he sostenido siem- [495] pre que para España es esencial la forma de gobierno monárquica.

Yo no quiero fundar mi opinión ahora en datos históricos, en la práctica, en sucesos todavía bien recientes y en otra porción de consideraciones; si a eso se me obliga, también entraremos en ese debate.

Pues bien; se han hecho ensayos en este país, por una interrupción que la Monarquía tuvo, por sucesos de los tiempos, por circunstancias de los tiempos; se han hecho ensayos de otra forma de gobierno, y esos ensayos han venido precisamente a demostrar con mayor viveza, con más energía y fuerza, el aserto de que la Monarquía es forma esencial de gobierno en nuestra Patria. (Aprobación.)

Pues bien; si la Monarquía es la única forma de Gobierno para España, si dentro de ella puede desenvolverse la vida de la Nación sin sacudimientos, sin violencias, sin temor de que se pierda la libertad, y, sobre todo, sin el mayor temor de que se pierda la Patria, ¿qué extraño es que los que han participado de aquellas ideas vengan al fin convencidos a ayudar a la Monarquía en estos principios salvadores? (Muy bien, muy bien.) ¿Es acaso mejor perturbar al país con amenazas de revolución cuando el país no quiere más que paz y reposo para rehabilitar su Hacienda y para llegar a la normalidad en que quiere vivir? ¿Es acaso más patriótica esa conducta, que la de venir a ayudar a la Monarquía en sus nobles propósitos? Y hay que tener en cuenta, vista la actitud que habéis tomado, que los republicanos de buena fe, aquellos que pudieran creer algún día que la República pudiera dar los frutos que está dando la Monarquía, desengañados de eso, no tienen más que dos caminos que tomar: o irse con vosotros a la revolución, o venir a ayudar a la Monarquía, a la paz y a la tranquilidad del país. (Aplausos).

¿Quién duda, pues, que es verdaderamente patriótica y digna de aplauso la conducta que han seguido los posibilistas, a quienes vosotros tan duramente combatís, más que por lo que han hecho, por el temor que tenéis de que toros lo hagan? Porque esto es lo que ha dicho el Sr. Marenco: este es un mal para nosotros, decía, pero además es un signo de los tiempos. ¿Y por qué es signo de los tiempos? ¿Es que cree el Sr. Marenco que está tan rebajada la naturaleza humana que sólo se hacen esas evoluciones por intereses mezquinos personales?

El Sr. MARENCO: Sí.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¿Y sabe S. S. por qué es ese el signo de los tiempos? Porque los tiempos están gritando a voz en cuello que no hay más salvación para este país que la Monarquía, y por eso es signo de los tiempos el que muchos republicanos vengan a la Monarquía.

Pero dice el Sr. Marenco: es que la democracia no ha podido hacer eso, porque la democracia no tiene cabida en la Monarquía. ¿Quién le ha dicho a S. S. eso? Pues que, ¿ha necesitado la democracia española de la República para ser democracia? ¿Pues no sabe S. S. que antes de que apareciera un republicano existía la democracia española con todos sus principios? ¿Pues no sabe S. S. que los que proclamaron la democracia en España ni eran republicanos ni pensaban en la República?

El Sr. CARVAJAL Y HUE: Eran precisamente republicanos.(Rumores)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Los demócratas de las Cortes del año 1854 no eran republicanos. Yo no recuerdo ahora ningún demócrata que fuera entonces republicano.

El Sr. MARENCO: Votaron la República contra la monarquía.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Antes no fueron republicanos, ni había republicanos, ni se votó la República entonces. Con toda su democracia, votaron una dinastía.

El Sr. MARENCO: Entonces debió ingresar el Sr. Abarzuza en la Monarquía.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Cuándo debió ingresar el Sr. Abarzuza en la monarquía, no me parece a mí que es S. S. quien debe decidirlo.

Después de todo, ¿qué puede echar de menos el verdadero demócrata en la legalidad actual? ¿Hay algún principio que la democracia haya proclamado que no esté ya consignado en nuestras leyes?

El Sr. SALMERÓN: Muchos ya lo hemos demostrado y lo volveremos a demostrar.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Ninguno.

El Sr. CELLERUELO: El sufragio universal que combatió el Sr. Salmerón, ya lo tenemos.(El Sr. Salmerón pronuncia algunas palabras que no se perciben bien.) Todo eso, y mucho más, lo tenemos.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): La Constitución del año 1876 será lo que queráis vosotros; pero esa Constitución da cabida a todos los principios democráticos que la antigua democracia había proclamado, y dentro de ella viven sin contradecirla el sufragio universal, el jurado, todos los derechos individuales, cuanto la democracia había proclamado.

De manera que no tenéis razón para decir que en la legalidad actual no caben los principios de la democracia. Todos los principios que proclamó el maestro, para todos vosotros, de la democracia, el Sr. Rivero, están hoy consignados en nuestras leyes.

El Sr. MARENCO: Pero no en la constitución.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pero no los contradice la Constitución, y prueba de ello es que están consignadas en nuestras leyes dentro de la Constitución. ¿Es que la Constitución se opone al sufragio universal? ¿Es que se opone al jurado? ¿Es que se opone al desenvolvimiento de ninguno de los derechos individuales?

El Sr. SALMERÓN: Sufragio universal tiene el Imperio alemán.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pero, Sr. Salmerón, ¿en qué quedamos? ¿Es que ha dejado de ser democrático ese principio porque nosotros lo hemos consignado en las leyes? ¿Ya no es un principio democrático el sufragio universal? Bueno será que lo sepamos, porque entonces no sé cuándo vamos a satisfacer las aspiraciones de la democracia. Si a medida que se van aceptando esos principios y se van consignando en las leyes, vosotros negáis que sean principios democráticos, decidme qué principio falta en las leyes para ver si lo podemos consignar en ellas.

De manera que la evolución de los posibilistas es una evolución lógica y patriótica, que todo buen patriota debe aplaudir. Sólo pueden vituperarla aquellos que, por lo visto, ven en esa evolución un mal signo para ellos, pero bueno para el país. [496]

Vosotros la combatís ruda y violentamente, dando señales de despecho, y el despecho vuestro no es más que el despecho de la impotencia, que es el peor de los despechos (Muy bien); y la impotencia la estáis revelando en vuestras amenazas, que a nadie amedrentan, os lo digo yo, y que a nadie perjudican más que a vosotros mismos. ¡Amenazar con revoluciones! ¡Amenazar con grandes catástrofes, para luego venir aquí a pedir que se cuente el número de Diputados?! (Grandes aplausos en la mayoría.)

No hacéis bien, creedme porque no conseguís nada más que vuestro propio descrédito. Y yo, que no tengo que agradeceros nada como partido, pero que profeso estimación a muchas de vuestras individualidades, lo siento verdaderamente por vosotros más que por nadie.

El Sr. CARVAJAL Y HUE: Muchas gracias. (Risas.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Si no os convencen los procedimientos de los partidos monárquicos, si no os convence la prosperidad en que vamos afortunadamente entrando, a pesar de que vosotros no creéis en ella; si no os convencen estas corrientes de paz que por todas partes se observar y estos rumbos favorables a nuestra marcha económica, que importa a todos, a vosotros, a nosotros y al país; si no os convence todo esto y no podéis hacer nada, resignaos y tened por lo menos el patriotismo de la resignación, pero no vengáis con amenazas que nadie cree ni nadie teme. Después de todo, el Sr. Salmerón que nos amenaza cuando ocurre un suceso desagradable, es el primero que se asusta y manifiesta dolorosa sorpresa. (Risas.)

¿No comprende el Sr. Salmerón que ni en su carácter ni en su manera de ser, ni en sus condiciones, está el ser revolucionario? Esté seguro el señor Salmerón de que aún cuando lo diga S. S., yo no lo creo, y además no convence a sus correligionarios, y por eso le tratan de la manera que lo hacen; si le creyeran, le tratarían de otro modo porque sus correligionarios aplauden más y creen más en ciertos procedimientos que en los talentos y en los merecimientos de los hombres. Así es que el Sr. Salmerón pierde el tiempo, y es lástima, porque dadas sus condiciones, podría aprovecharlo mejor, pierde el tiempo en amenazarnos porque no nos hemos de asustar. Además, si fuéramos a preocuparnos por las amenazas del Sr. Salmerón, haría S. S. muy mal en advertir a los Gobiernos de lo que intenta porque así éstos podrán prepararse contra lo que S. S. piense y diga que va a hacer. Esa es una mala política, señor Salmerón, y yo le aconsejo que siga otros procedimientos.

Pero, sea de ello lo que quiera, SS. SS. no tienen razón para tratar a los republicanos que han venido a la monarquía, ahora y en otras ocasiones, de la manera que lo hacen; porque, después de todo, esos actos hay que considerarlos como actos de patriotismo, como actos de convicción; actos de patriotismo y de convicción que el mismo Sr. Salmerón ha realizado más de una vez, porque no piensa hoy S. S. de la República lo mismo que pensó en otras ocasiones, y además, sabe el Sr. Salmerón que él también ha hecho evoluciones, no sólo en ciertos principios que él puede considerar accidentales, sino en lo que considera esencial: evoluciones en la forma de gobierno. (Muy bien)

El Sr. SALMERÓN: Cítelas S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Las citaré.

En un discurso que pronunció S. S. en el teatro del príncipe Alfonso, proclamaba para el trono de España una candidatura. (Muy bien).

El Sr. SALMERÓN: No, fue en un manifiesto. (Grandes rumores.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Está bien, fue en un manifiesto y no en un discurso; acepto la rectificación. Lo importante es lo que S. S. proponía en aquel manifiesto.

El Sr. SALMERÓN; ¿Sabe S. S. lo que yo decía allí?

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¡Ya lo creo! Pues porque lo sé, lo recuerdo.

El Sr. SALMERÓN: Vamos a verlo.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Proclamaba S. S. la candidatura de D. Fernando de Portugal porque creía que ése podía ser el camino mejor para llegar un día a la unión de los dos países. ¿No es verdad? De modo que, en aras de la consecución de esa unión entre España y Portugal, sacrificaba S. S. sus convicciones y la esencialidad de la forma. (Muy bien.)

¡Ah, Sr. Salmerón! Es muy patriótico procurar el engrandecimiento del país; es muy grande y muy noble querer aumentar y extender el territorio de la Nación; pero yo le aseguro a S. S., al menos por lo que a mí toca, por lo que yo siento, por la opinión que yo tengo, que es mucho más grande la conquista de la libertad (Aplausos) porque más quiero yo ser ciudadano libre de un pueblo pequeño, que paria en un pueblo grane. (Grandes y prolongados aplausos.)

De modo que, si se puede hacer sacrificios, hasta desechar la esencialidad de la forma y la esencialidad del principio que S. S. sostiene ahora con tanta vehemencia como S. S. la desechó para buscar el aumento del territorio nacional, también se puede y se debe hacer esos sacrificios por la conquista de la libertad. (Muy bien.)

Pero es que hay además otra cosa, Sr. Salmerón, porque al concluir de proclamar la candidatura de D. Fernando de Portugal, decía S. S.:"Y si éste no quisiera, entonces sería necesario apelar a un candidato popular, a un candidato que naciera del pueblo." Luego ya prescindía S. S. hasta de la razón de extensión del territorio como fundamento para cambiar, para variar, para modificar sus convicciones y excluir de ellas la esencialidad de la forma de gobierno. (Aplausos).

Y ahora voy a preguntar al Sr. Salmerón y a todos los que como él piensan: si esas variaciones, si esas evoluciones las ha hecho S. S. sin desprestigio de su honor y de su dignidad, ¿por qué cree S. S. que hay desprestigio en el honor y desprestigio en la dignidad de los que hacen otras evoluciones? (Muy bien.) ¿Es que está en pleito la virtud en ciertas evoluciones y no lo está en las evoluciones iguales que hace S. S.? (Muy bien)

El Sr. MARENCO: No son iguales.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Claro está que no. Es que yo quiero ser generoso hasta la exageración con SS. SS. y digo que unas y otras evoluciones son iguales, pero no son iguales ni con mucho. (Muy bien). [497]

Por consiguiente, si S. S. no cree vulnerado su prestigio, si S. S. no considera desprestigiado su honor por esas evoluciones, no estime tampoco desprestigiado a nadie por evoluciones parecidas, que si S. S. las ha hecho por grandes convicciones, si S. S. las ha hecho sacrificando en aras del bien del país ciertos principios, creyendo que con ello hacía un acto meritorio, no es justo S. S. si no atribuye los mismos móviles a los que hagan evoluciones semejantes.

No tengo más que decir. (Grandes y prolongados aplausos.)

 



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